grito de piedra virgen al golpe del cincel,
y recorra mis venas un frío de espanto
con un vértigo de cuádrigas en tropel.
Para decir su nombre no hay verbo ni armonía,
pues ni el Apocalipsis traducirá su gloria;
más allá de la exaltación de la poesía
está el clarín de su victoria.
Tormenta que cruzó sobre el abismo
y que rompió el granito del valladar potente
con el ígneo zig-zag del heroísmo
en el prodigio del Continente.
Numen en combustión, fecunda hoguera
de cinco soles que enmarcó un destino
y que siglo tras siglo reverbera
en el más alto cumbredal andino.
Yo, arrebatado, en espiral subía
para quemar mis ansias en su lumbre,
y vi rotas mis alas, y vi que no podía
ni vislumbrar siquiera la poderosa cumbre.
Y desciendo a los vórtices humanos
en mi desolación y mi tristeza
exprimiendo el asombro entre las manos
ante su majestad y su grandeza.