Aunque estoy a punto de renacer, no lo proclamaré a los cuatro vientos ni me sentiré un elegido: sólo me tocó en suerte, y lo acepto porque no está en mi mano negarme, y sería por otra parte una descortesía que un hombre distinguido jamás haría. Se me ha anunciado que mañana, a las siete y seis minutos de la tarde, me convertiré en una isla, isla como suelen ser las islas. Mis piernas se irán haciendo tierra y mar, y poco a poco, igual que un andante chopiniano, empezarán a salirme árboles en los brazos, rosas en los ojos y arena en el pecho. En la boca las palabras morirán para que el viento a su deseo pueda ulular. Después, tendido como suelen hacer las islas, miraré fijamente al horizonte, veré salir el sol, la luna, y lejos ya de la inquietud, diré muy bajito: ¿así que era verdad? |