La playa de la Rebola es amplia y alargada. En este lugar por milagro preservado, cuyas piedras y cuyas aguas guardan olores agrios virginales, la palpitación inmensa del océano hace aflorar memorias de tiempos pretéritos y siglos pasados, de otros momentos, otros modos de la misma humanidad y de lejanas costas del otro extremo. En la Rebola no hay rocas donde sentarse. Por eso se camina durante horas, con el rumor del agua en el oído izquierdo cuando se va hacia el ponente. Cada gota resuena de forma diferente; cada ola se perfila sobre la plenitud inagotable del fondo sonoro. Como llega con une ligerísima inclinación hasta las casuchas que lo bordean, parece que el mar en el horizonte es más alto que la tierra y se espera el día en que une marola lisa y suave lo anegue todo en un olvido eterno. |